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No se raje. Del Covid-19 y las edades cósmicas de los antiguos mexicanos.

20200509_200456Las narraciones consignadas en las fuentes del pasado indígena prehispánico nos revelan una cosmovisión que no es la de Occidente. El tiempo y la historia eran concebidos y percibidos de forma distinta, la base de esta distinción es una concepción y vivencia del ser humano/medio ambiente  diferente a la de nosotros. En Occidente se contrapone la cultura a la naturaleza, se contrapone el uno frente al otro como una forma de constituir las identidades, esa contraposición raja el mundo, raja la continuidad de la experiencia en el mundo, que empieza a pasar y ser percibida a través de los lentes del sujeto/objeto y toda la constelación de dualidades “rajadas” con las que se ha pensado el mundo desde hace mucho tiempo. Y pensamos que el mundo es así sin darnos cuenta de que tal vez no es así, sino que así lo vemos.

El encuentro con otras cosmovisiones nos permite hacer consciente que el mundo puede ser percibido y vivido sin rajarse. Que la visión del mundo desde la rajada humano/naturaleza, es tan sólo una opción de percepción de nuestra existencia y que a lo largo de la historia humana, han existido otras visiones y formas de ser, visiones que ven y experimentan el mundo sin rajarse, visiones del humano y su existencia que no se rajan como Occidente.

Ese rajarse de Occidente, tiene como raíz el miedo a la muerte. Occidente se raja ante la muerte y así fractura al mundo en dualidad. A ese rajarse ante la muerte se le denominó “conquista y colonización”. El “capital” es la expresión material de ese rajarse ante la muerte, que en realidad es un rajarse ante la vida.

Como Edipo, que se rajó ante su propia muerte, Occidente alcanza su destino en su negación de la muerte, esa negación hace su destino fatal: la destrucción de la naturaleza y el acaparamiento de los recursos para la vida por unos pocos son el desenlace de ese rajarse ante la muerte.

Si uno se raja ante la muerte, raja el ciclo del tiempo, escindiendo a los gemelos divinos: muerte y nacimiento. El que se raja ante la muerte se sale por la tangente del ciclo vida-muerte-vida, y al separar a los gemelos divinos (muerte y nacimiento), cuyo destino es vivir jugando entrelazados, el que se raja genera destrucción, que no es lo mismo que la muerte.

Para otros pueblos del mundo, el destino ha sido ancestralmente la sincronización consciente de la vida humana con los ciclos y potencias naturales, que son los ciclos de la vida, la muerte y la vida.

Ese cruce de caminos dónde Occidente se raja, es donde los pueblos indígenas ofrendan y agradecen, cantan y danzan, es el sitio donde se vive el “buen vivir”. El buen vivir es bueno con respecto al rajarse ante la muerte, que ha ido destruyendo el buen vivir de la humanidad, creyendo que extiende vida negando la muerte, haciendo en realidad exactamente lo contrario. Como Edipo, que creyó huir de su destino y así lo realizó: asesino al padre y se casó con la madre.

El lugar del buen vivir indígena, es donde se hace la ofrenda y el sacrificio, al rajarse ante la muerte, Occidente niega el sacrificio, y así quita el “sentido” a la muerte, pero también se lo quita a la vida, se rompe el ciclo vida-muerte-vida. Occidente se raja en el lugar del sacrificio y así se vuelve en el gran destructor, negando los ciclos del tiempo, que son los verdaderos dadores de vida.

Quitarle el “sentido” a la muerte es un golpe brutal a la imaginación humana, que necesita de la vacuidad de la muerte para desplegarse. Contar el tiempo para los antiguos mexicanos fue al mismo tiempo narrar el tiempo, ese narrar el tiempo brinda sentido a la comunidad, ese “sentido comunitario” emerge de la sincronización con la naturaleza, en un contar-narrar que se ejecuta celebrando la interfase humano-maíz, sembrando y cosechando pero también celebrando y agradeciendo en las fiestas del ciclo, en las procesiones, en las ofrendas y en las danzas. En vez de rajarse ante la muerte se celebra el ciclo de la existencia: vida-muerte-vida.

En esa visión indígena, en vez de “contraposición” del uno y el otro, encontramos “interconexión” del uno y el otro. Donde Occidente se raja, el mundo indígena teje una urdimbre a través de la conciencia, el cultivo, la narración y el ritual. En donde Occidente “controla y domina” a la Naturaleza, el mundo indígena se “sincroniza” con ella agradeciendo. Existe un continuo humano-naturaleza, cuya interfase es la conciencia corporal de las personas. Ese cuerpo-conciencia es la expresión de ciclos imbricados en ciclos más amplios de tiempo. El arte de contar el tiempo, es el arte de sincronización con los ciclos de la naturaleza, ese sincronizar a la comunidad, contando, narrando y haciendo, fue lo que se concibió como el gobernarse de la comunidad.

En ese continuo humano-naturaleza, los ciclos cósmicos son ciclos humanos, los ciclos cósmicos se expresan en los procesos históricos, los procesos históricos son expresión de los cósmicos. En las historias sagradas, los soles o edades del mundo, no son sólo ciclos de lo cósmico, son al mismo tiempo ciclos de lo humano. En cada sol existió una forma diferente de ser humano, que llegado el fin del ciclo cósmico llegaba también a su propio final: una forma de ser humano terminaba, sincronizada con la llegada de un gran desastre natural: inundaciones, terremotos, erupciones, etc.…

Según las historias, el desastre natural trae consigo “la caída de los cielos”, es decir, el colapso del mundo como se conoce. Esta “caída de los cielos” indígena, se corresponde con el sentido etimológico de la palabra “desastre”, sin-astros. Mientras ocurre el des-astre, las humanidades de las diversas edades se resguardaron en las cuevas, en el interior de la tierra. Ante el des-astre, la humanidad siempre se resguarda en el útero de la naturaleza y ese guarecerse del des-astre se convierte en la gestación de una nueva humanidad.

La pandemia del Covid 19 es un desastre, quiere decir esto, que el mundo se ha quedado sin astros. El Covid 19 ha hecho que se caigan los cielos, es decir, ha colapsado el mundo como lo conocíamos.

En las historias sagradas, la caída de los cielos crea caos y confusión, es un momento en el que, las potencias naturales, representadas en las historias por los dioses, tienen que trabajar en conjunto con la conciencia humana, representada en las historias como los cuatro primeros hombres, si quieren alzar el cielo otra vez. Los hombres ayudarán a las potencias cósmicas abriendo cuatro caminos que lleven al ombligo de la tierra. Desde ahí, las potencias naturales, los dioses, junto a la conciencia humana, levantan los cielos de nuevo: Un ciclo cósmico-humano colapsa,  el caos es una gestación, el levantamiento de los cielos, el inició de un nuevo orden, sólo se logra en la colaboración de las potencias naturales con la conciencia humana, si esto se logra, emerge un nuevo cosmos y una nueva forma de ser humano.

El punto de vista del Occidente Moderno, que se ha rajado ante la muerte, por lo menos a lo largo de los últimos quinientos años de conquista, colonización y capital, ha llegado ya a su destino. Ha asesinado al padre, al negar los ciclos del tiempo (vida-muerte-vida), ha violentado a la madre, en la destrucción creciente de la naturaleza. Cuando Edipo tuvo la conciencia de esto, su primer acto de voluntad fue arrancarse los ojos que se rajaron ante la muerte. Ya ciego, Edipo se transformó en vidente.

La visión que se raja ante la muerte nos ha conducido a este punto en la historia donde el desastre del Covid 19 ha hecho que se caigan los cielos,  que se detenga el mundo, las historias de los antiguos mexicanos nos cuentan que lo que corresponde hacer es retornar al útero de la naturaleza, el retorno a la conciencia de nuestros cuerpos y los ritmos naturales, ese resguardarse en el útero significa ser contenido de nuevo por esos ciclos y sus ritmos, nuestro cuerpo es la interfase.

En ese resguardarse, que es posibilidad de autoconocimiento, las potencias naturales dictarán los nuevos ritmos y si la conciencia humana actúa en consecuencia, participando y sincronizándose con ellas, los cielos podrán ser levantados, es decir, emergerá un nuevo marco de referencia y de existencia, que es lo que necesitamos hoy ante la debacle.

Esto sólo acontece en las historias, si la conciencia humana es lo suficientemente sensible y humilde para dejarse guiar por las potencias y ciclos de la naturaleza. Donde Occidente se raja, el mundo indígena teje una urdimbre a través de la conciencia, el cultivo, la narración y el ritual.

Al rajarse ante la muerte, Edipo y Occidente caminaron hacia su destino fatal, hemos llegado a ese cruce de caminos, pero el gran destructor sigue desbocado. La naturaleza ha impuesto un colapso de su movimiento y ha exigido que nos resguardemos en el seno del hogar, gran oportunidad de volver a aprender a sincronizarnos, de tejer la urdimbre en vez de rajarnos, como supieron hacer los antiguos mexicanos.

Una urdimbre que se funda en la afirmación del ciclo vida-muerte-vida y se teje en la ofrenda y el agradecimiento a la existencia, parece simple, pero este mundo que se extingue nos demuestra que no lo es tanto, olvidamos cómo se ofrenda y cómo se da gracias a la existencia.

Recordar (pasar por el corazón) que estamos aquí para sincronizarnos con la vida, celebrándola y extendiéndola con nuestras palabras, pensamientos y actos. En ese rajarse ante la muerte, hemos desencantado al mundo, le hemos robado su sentido y significado, lo volvimos dinero, cantidad y acumulación. El desastre nos anuncia que ese mundo, esa edad, ese sol de occidente, esa forma de ser humano está agonizando.¿sabremos colaborar con las potencias de la vida y la naturaleza para levantar los cielos otra vez? ¿o todavía no aprendemos que del rajarse ante la muerte emerge el gran destructor? No se raje.

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