
En la foto (Autor Miguel Angel Boizo) platicamos con don Alvaro, artesano de origen zapoteca, en Monte Albán, Oaxaca, práctica de campo con alumnos de la UACM.
Todo viaje es una metáfora de la vida del viajero, toda travesía es un fractal de la vida de cada uno.
Viajar le da oportunidad al caminante de transformar su realidad cotidiana. Transformado en peregrino, el viajero hace una travesía interior que le muestra paisajes que de otra forma permanecerían ocultos en el trajín de la rutina diaria.
La curiosidad, las ganas de expandir las fronteras de uno mismo, han sido detonadores de las más grandes travesías, muchas de ellas silenciosas.
Estar frente al otro nos muestra un espejo inesperado de la infinitud que guardamos dentro. Los nuevos paisajes exteriores revelan al viajero dimensiones desconocidas de su ser, listas para emerger y ser puestas en juego.
Vivimos en una época marcada por los viajes, un nuevo nomadismo marca esta época desequilibrada e incierta.
El viaje nos ayuda a sopesar nuestras perspectivas de este valiente mundo nuevo, el peregrino del siglo XXI tiene la oportunidad, en cada encuentro, de devolver a la realidad el sentido humano: el corazón de eso que hoy llamamos turismo sigue siendo algo simple y profundo, el encuentro entre personas.
El viaje responsable, aquel en el que se pone énfasis en preservar el patrimonio, aquel que genera conscientemente beneficios para las comunidades que reciben a los viajeros, es hoy una herramienta fundamental para generar sentido en un mundo saturado de sinsentidos, una herramienta para trascender la cifra macroeconómica y re-encontrar el rostro y el corazón de uno mismo y de los otros, que al fin y al cabo, viajando, se convierten en nuestro espejo.