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Contar… el ancestral arte sacrificial.

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Contar, en principio, es contar el principio, el origen. Contar nos lleva a ese otro tiempo que siempre está aquí, ese otro tiempo velado por los subterfugios del simulacro que llaman realidad. Contar se cuenta con la lengua sacrificial, con la lengua-cuchillo, con la lengua-rayo. Contar es contar el sacrificio que es la existencia. Contar es develar los rostros terribles del monstruo de la impermanencia. Contar es un elixir que abre las puertas de aquello que han nombrado los mortales como inmortal. Contar es un subterfugio contra la muerte, contra el sacerdote ejecutor del sacrificio.

Kash nos muestra el gran secreto de los gobernantes, pero Kash nunca fue una ciudad, Kash siempre ha estado en ruinas y siempre ha sido, desde el principio, una historia que contar. En Kash se escucharon los relatos de las mil y una noches por primera y última vez. Jamás esas historias se han contado en otro lugar.

Contar es levantarse y navegar el flujo luminoso de conciencia, que atraviesa la profunda noche en la que yacen los cuerpos, las vidas, las infinitas historias de todos los muertos, los del pasado, los del presente, los del futuro, todos nosotros, nadie se salva.

Y es que nunca ha existido nada que salvar, esa es la contradicción o paradoja para el docto, ese es el Uno albureándose frente a un espejo de obsidiana, ¡negro albur cósmico!, rapiña universal, gran cadáver de seres vivos: nacer, matar, comer, coger, morir. Cazadores de cazadores de cazadores, Coatlicoe devoradora vomitando chorros de sangre vital, vuelta manos, vuelta flores, vuelta estrellas, vuelta rostros y corazones.

El sacrificio hace uno al sacrificante y al sacrificado, el cuchillo, al perforar el cuerpo de la víctima, perfora el corazón que hace aparecer el mundo en la conciencia de los hombres. El sacrificio pretende extender eso secreto que persiste en todo acto, en todo movimiento existencial, todo se sacrifica porque todo se entrega al Señor del Tiempo, que penetra y desgarra y pudre todos los cuerpos, todas las historias encarnadas, sueños fugaces que hacen el cuerpo terrible y magnífico del Señor del Tiempo, sueños fugaces que despedazan ese cuerpo cósmico, que se devora a sí mismo al punto en que la oscuridad y la luz son indistinguibles en un solo fulgor invisible.

El sacrificio hace consciente de si al proceso de conciencia y vida que fluye a través de los ojos y corazones de toda persona, de toda máscara nacida del inmaterial fluir del tiempo.

La máscara primera  no tiene contornos, sus rasgos y gestos son tan vastos y también tan diminutos que se vuelven siempre el rostro de quien se atreve a mirarla. Si, la primera máscara del Uno es el espejo, la máscara perfecta, el uno se hizo dos en el reflejo, el no-contorno de la máscara se convirtió en la muerte que engendró la multiplicidad de seres.

En la multiplicidad de seres se engendró el olvido, la máscara espejo mostró al infinito en la finitud de las cíclicas existencias, y ese mismo proceso se repite al infinito y surgen más diversidades y más singularidades.

El olvido sólo lleva al recuerdo. Ahora el reflejo busca el otro lado del espejo, ahora lo múltiple busca lo uno y sólo lo encuentra en el símbolo-acto que resume el movimiento de la existencia, en el acto sacrificial se amarran los extremos del universo, de él emerge el Señor del Tiempo como llamas del fuego.

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