365 días ascendiendo la Cósmica Montaña, por Alberto Aveleyra
El 1 de enero del 2011, envuelto en una crisis complicada, decidí iniciar el ciclo anual con un acto ritual: ascender a la cima de la montaña más alta de la Ciudad de México, el Ajusco. Así, a tempranas horas de la mañana, mientras la mayoría dormía, inicié el ascenso de la montaña hasta el Pico del Águila, su cima. Empezar el año con un acto de voluntad, con un peregrinaje ritual que simbolizara el camino que nos tocaría recorrer durante el año.
Me costó algo de trabajo, pero disfruté cada paso, cada exhalación e inhalación, cada vez que miré el cielo, los árboles, el horizonte, los volcanes, el mundo de los hombres en la lejanía. En ese momento, fue una especie de acto de supervivencia, no podía empezar el año de otra forma, tenia que ser haciendo un esfuerzo y una ofrenda a los guardianes de la montaña, al Tepeyolohtli, corazón del cerro.
Llegar a la cima fue la conclusión de una tensión de todo mi ser, fue la oportunidad de cantarle al universo al mismo tiempo que el viento soplaba con fuerza, caminaba el último tramo hacia las Cruces que coronan el Pico del Águila. Algunos dicen que la peregrinación, la caminata ritual, abre nuestra memoria ancestral, yo estoy de acuerdo, creo que la peregrinación es una de las formas de meditación practicadas con más fuerza en nuestras tierras, el ascenso a la cima de las montañas es también uno de los principales actos rituales del México Antiguo.
La montaña es uno de los espacios más sagrados de la geografía, su cima es el lugar de contacto entre las energías del inframundo, la tierra y el cielo, ahi se hace la petición de lluvias, es decir, la petición de alimento para nutrir a la humanidad, ahi el hombre, al igual que en la cueva, entra en contacto con el mundo sobrenatural, con las fuerzas sagradas que dan forma al universo y su propia vida. Ahí su voz entra en contacto con el viento, se acerca al Sol y, su corazón, vía el esfuerzo del ascenso se sincroniza con el ritmo del cosmos…
Subir a la montaña el primer día del año fue un acto de voluntad que configuró de cierta forma todo aquello que experimenté en el 2011. Cada día y noche del año fue un ascenso, no hubo momento horizontal, la vertical de la cima siempre estuvo presente, a pesar de surcar cañadas y profundos abismos… Hoy, el último día del año, concluyo el ascenso, estoy en el Pico del Águila y éste se encuentra en la geografía sagrada de mi corazón.
Agradezco cada una de mis relaciones en el camino, agradezco cada comienzo y cada fin (que siempre es un comienzo), agradezco las rupturas del destino y los nuevos caminos que en mi vida, abrió la adversidad, agradezco las tentaciones y las caidas, los fracasos y los triunfos, las acciones concretadas y especialmente, agradezco el amor siempre presente, a cada instante, más allá del sufrimiento o extasis del momento.
He visto a los ojos al Monstruo de la Impermanencia, esa monumental Esfinge que llamamos diaria existencia, casi he quedado hipnotizado por el monótono ritmo de la rutina de este mundo decadente, olvidado de sí mismo. Pero siempre, la conciencia del caminar en la montaña, del ascenso vital, nos recuerda que la gran ganancia en este mundo es la vida misma en su expresión más plena: el presente, el instante, el momento, el encuentro… vernos a los ojos y besarnos, olvidarnos de todo y hacer el amor, unirnos así con el origen y con el fin, colapsarnos como electrones, fisionarnos como protones, manifestarnos en nuestra maravillosa singularidad…
Estuve cerca de la muerte, ésta me guiño el ojo… y yo le di una bofetada. El renacer implica asumir aquello para lo que estamos destinados y eso implica escuchar nuestra voz interna, más allá de las convenciones y las estúpidas inercias de las superficialidades de las relaciones sociales sin raíz… No nos podemos dar el lujo de la muerte ni la pereza, cuando nuestro mundo grita ¡VIDA! entre remolinos y huracanes dentro de los corazones de los hombres…
Hoy, último día del año, he visto una vez más ocultarse el Sol en el horizonte, ahora recibo la noche como las aves nocturnas que cantan a la Luna y las estrellas… la cima de la montaña me ha enviado a la orilla de la mar oceano infinita y, mañana, cuando salga el sol, caminaré por la costa en un diálogo con las olas del mar, en un diálogo con el oceano y su inmensidad…
Una vez más iniciaré el ciclo caminando. En lengua náhuatl, las palabras para caminar y vivir son practicamente iguales… benditos sean los pasos de todos ustedes viajeros cósmicos, que con sus huellas dibujen nuevas constelaciones en donde la existencia humana encuentre nuevas formas de ser, más plenos, con más paz, con más tranquilidad, más cerca del amor que yace en el corazon de cada uno de nosotros…